La entrevista es del año pasado, pero creo que merece la pena. Disfrutarla. Como siempre Jot Down con largas charlas, fotos impecables, y acertando en las preguntas y en los entrevistados. Un lujo. Transparencia, sin sesgos, ni ansias de negocio. Información y libertad de prensa. Nada de "amarillismo" ni fanatismos.
Antonio Muñoz Molina:
“La imaginación humana es muy limitada”
by Pablo Mediavilla Costa
Podría ser el inicio de un bestseller metaliterario, pero no lo es. Antonio Muñoz Molina entra en un café de Nueva York de estilo centroeuropeo y paredes forradas con portadas de libros que fueron escritos en estas mesas. Los clientes son jóvenes, algunos no tanto, que sueñan con el día en que sus portadas luzcan en alguna pared. Y nadie le reconoce. A Muñoz Molina parece no importarle porque, aunque sea un autor consagrado, miembro de la Real Academia y profesor de literatura en la Universidad de Nueva York, está encantado de su anonimato de bermudas, camiseta de letras trémulas “¿Dónde está mi cerveza?” y libro de Nietzsche que acaba de comprar por un dólar. En la entrevista habrá más risas de las aquí descritas, frases dichas con una determinación que escapa a las exclamaciones y una o muchas pruebas del amor que siente por Nueva York, la ciudad desde la cual mira el mundo seis meses al año.
¿Por qué estamos en esta cafetería, la Hungarian Pastry Shop? ¿Podría describirme la ubicación de este lugar en el mapa de Nueva York?
Este es mi barrio en Nueva York, un barrio al que tengo mucho cariño porque dentro de Manhattan es de los pocos sitios que todavía tiene un aire vecinal. Manhattan está muy embellecido por ese proceso que sufren a veces las ciudades en el que se va la gente normal y llegan las tiendas, las franquicias, los restaurantes de lujo y la gente normal se tiene que ir. Este barrio tiene todavía una vitalidad muy grande. Está muy cerca la Universidad de Columbia y de la catedral de St. John The Divine, que es la catedral episcopaliana de Nueva York y es extremadamente progresista. Son muy avanzados en cuestiones sociales, políticas y de costumbres. En la catedral, todos los años con motivo del Memorial Day, toca gratis la Filarmónica de Nueva York. Se forma una cola que no te puedes imaginar, nunca he conseguido entrar. Y ésta es la Hungarian Pastry Shop, el nombre remite al carácter que tenía el barrio de todo el Upper West Side y Morningside Heights, un sitio en el que se mezclaba la inmigración centroeuropea y, un poco más allá, en Amsterdam Ave., la inmigración puertorriqueña. Es un barrio muy mezclado. Hay una biblioteca pública a la que me gusta ir a trabajar. También hay puestos callejeros de libros, entre la 106 y la 116, me acabo de encontrar éste —El nacimiento de la tragedia de Friedrich Nietzsche—. Fatalmente siempre encuentro alguno; encuentras obras maestras por un dólar. El sitio éste tiene una intensidad vital muy grande, hasta el baño tiene los graffitis más cultos que hay en el mundo, todo son citas de Nietzsche o de Chomsky. Cada año lo repintan y empiezan otra vez las citas. Y en la pared ponen libros de gente que ha escrito aquí. Yo aquí he escrito bastante, pero no he dicho nada. Me gusta citar a la gente en la Hungarian Pastry Shop. A las personas cuando nos gusta una ciudad, nos gusta enseñar los sitios que son difíciles de encontrar. Hace falta que te lo diga alguien. Representa mucho la ciudad y el barrio y una idea de Nueva York que en España no se tiene, que es un Nueva York nada cool, ni nada de moda. Tonterías del tipo de Sexo en Nueva York han creado una imagen de la ciudad completamente falsa.
¿Qué ha escrito aquí?
Muchas cosas, he escrito borradores. No vengo con la computadora, así que escribo a mano, desde cuadernos de notas hasta conferencias, de todo. Claro, llevo viviendo en este barrio seis años.
El poeta y crítico literario Gonzalo Sobejano cuenta que a su llegada a Nueva York, por primera vez, de noche, vio un océano de luces y tuvo la sensación de haber estado antes en esta ciudad en otra vida. ¿Recuerda su primera noche en Nueva York?
Sí, perfectamente. Lo que más recuerdo es el momento de bajar de un microbús que nos había recogido en el aeropuerto, bajar a la acera del hotel – que estaba en la calle 49 y Lexington – y respirar el aire, ese aire tan particular, sobre todo cuando hace un poco de calor, un aire que casi se puede tocar, una mezcla de los respiraderos del metro, el olor de la lavandería, el olor de la comida barata, de la gasolina. Algún químico tendría que encontrar la mezcla. Una sensación especial, tanto el olor como casi lo tangible del aire. Lo recuerdo perfectamente y es el tipo de sensación que por mucho que uno se haya imaginado una ciudad sólo lo tiene en el momento de estar de verdad. Curiosamente, siempre que paso por esa misma zona me parece que el olor está esperándome allí, en esa esquina, aunque el hotel ya ha cambiado. De la primera noche también recuerdo el ruido, en la habitación del hotel, esa especie de vibración, como estar en un camarote barato de un transatlántico, que supongo que son los que más ruido tienen. Una maquinaria en continuo funcionamiento y ver desde la ventana ventanas de otros sitios.
¿En qué año fue?
En el 90.
En apenas dos semanas se cumplirá una década del 11-S. En su blog tiene varias fotos en Nueva York en septiembre de 2001, una a los pies de las Torres dos días antes del ataque y otras en las que comenta que “eran los únicos turistas en la ciudad”. Alfonso Armada, en su libro El deseo y la quimera, habla de una mitología de la catástrofe, una ciudad que se enfrentó a una pesadilla recurrente en libros y películas. ¿Qué recuerdos guarda, qué detalles, de aquel día?
Lo que pasa es que esa pesadilla sólo guarda una relación visual con lo que ocurrió ese día. En cien películas se han visto caer edificios, pero eso era completamente distinto a todo. La imaginación humana es muy limitada. Al año siguiente, en el aniversario del 11-S, me pidieron un artículo sobre los recuerdos que tenía y yo puse un verso de T.S. Eliot, de los Cuatro Cuartetos, que dice: “Human kind cannot bear very much reality”, es decir, la especie humana no puede soportar demasiado la realidad. El efecto que tenía aquello era la suspensión total… No se podía comprender. Yo estaba con mi esposa y con nuestros hijos, a los que habíamos traído para que conocieran la ciudad porque yo tenía que dar clases en octubre. De pronto, no había nadie del periódico aquí, nosotros éramos los únicos cronistas de lo que estaba ocurriendo, pero vivíamos en la calle 66 y Broadway y, esa mañana, lo veíamos todo a través de la televisión. Es decir, nuestra percepción de lo que estaba pasando era indirecta. Paradójicamente, lo que vimos al salir a la calle fue normalidad. Es muy llamativo eso: la normalidad y algunos cazas sobrevolando la ciudad muy bajo. Y mucha gente en las aceras, gente que subía con traje y corbata porque venían de la zona de negocios. Subían caminando por Broadway porque no había metro, ni autobuses, ni nada. La otra noche, un amigo nuestro de Brooklyn, párroco episcopaliano, rompió en llanto al contarnos la siguiente imagen: su jardín lleno de papeles quemados y el puente de Brooklyn lleno de gente, una muchedumbre que huía, cubierta de ceniza. Eso no se lo puede imaginar nadie. La literatura está sobrevalorada. La ficción está sobrevalorada porque hay experiencias que su rareza y su radicalidad no pueden ser imaginadas. Este hombre llamó a su hermana por teléfono, que vivía junto a la Zona Cero, y estaba viendo a la gente caer.
El reportaje The Falling Man de Tom Junod.
Claro. Don DeLillo hizo una novela que se llama Falling man (El hombre que cae). Tiene partes que están muy bien, pero lo mejor que se ha escrito sobre el 11-S es el informe oficial. Otro recuerdo que tengo muy poderoso de esa tarde del 11-S es bajar con Elvira por la Séptima Avenida hacia Broadway y ver todas las luces de Times Square encendidas pero sin anuncios. En Times Square no había nadie. De pronto, vimos un grupo de gente y nos fuimos hacia allá y era un tío que estaba vendiendo camisetas. Nadie, nadie, nadie. Y además veías en las ventanas las televisiones encendidas. Otra imagen todavía más rara es en la Quinta Avenida, un poco más abajo del Empire State, que estaba acordonado. El policía no nos dejaba pasar por la acera y le dijo a Elvira: “Para un edificio alto que nos han dejado”. Esto parece que es una cosa soñada, pero la Quinta Avenida estaba vacía y había un homeless con una sillita de plástico de playa; había conectado un televisor recogido de la basura a un cable de una farola y estaba viendo las noticias en ese televisor. ¿Eso quién se lo inventa? El olor a ceniza cuando llegabas a la estación de Canal St. A ceniza mojada y a otra cosa, y esa otra cosa era carne, carne humana.
La idea de la retaguardia de las guerras y de las miserias lejanas que también dejan su rastro aquí. ¿Cree que Nueva York es la caja de resonancia de lo que ocurre en el mundo?
Eso es así. Es como si hubiera terminaciones nerviosas al descubierto, como esos cables que no están bien protegidos. Yo recuerdo al poco del terremoto de Haití ir hablando con un taxista y contarme que acababa de volver y que iba continuamente a ayudar. El hombre se puso a llorar. Es un sitio raro, ¿sabes?, porque por una parte es una ciudad ensimismada. Aquí existe el mundo entero, pero el mundo entero tiene que venir. Por ejemplo, en Madrid o en Buenos Aires o en Berlín, la gente sabe lo que está pasando fuera, pero aquí la gente sabe lo que está sucediendo aquí. También hay muchas cosas que están en Nueva York y nadie sabe que están en Nueva York. La eterna frustración tanto de artistas como de funcionarios culturales europeos: todo el mundo quiere venir aquí a darse a conocer, pero ellos son los que deciden conocerte. Hay como una niebla que separa la ciudad del resto del mundo. Hay una manera provinciana de estar en Nueva York.
En el noreste de Congo, cerca de la ciudad de Bunia, hay una mina de oro cuyo propietario, John Paulson, ganó 15.000 millones de dólares apostando al colapso de las hipotecas basura en Estados Unidos y es uno de los responsables directos de la crisis financiera mundial. ¿Qué le sugiere esta historia?
¿Es el dueño de la mina? Eso es tremendo. Es la parte obscena de la ciudad, es decir, aquí está todo. Yo siempre lo pienso cuando veo las tiendas de lujo, aquí es donde los que han robado a los pobres del mundo vienen a gastarse el dinero. Un lujo metafísico con ese cristal blindado y un bolso, un bolso de mierda, por otra parte, que lo ha hecho otro pobre desgraciado en Bangladesh, pero que le han puesto el marchamo de una marca. El gran peligro de Nueva York es convertirse en París. Una ciudad escaparate para millonarios. Nueva York también me recuerda mucho a Venecia. Tengo una teoría absurda y es que Venecia era el centro del mundo cuando el eje del comercio mundial estaba en el Mediterráneo, llegaba la Ruta de la Seda. Cuando llega América se desplaza el eje a Nueva York y Venecia se queda convertida en una especie de teatro. El eje ahora se desplaza hacia el Pacífico, hacia Shanghai y, claro, Nueva York puede ser ahora Venecia. Ya tiene algo en su arquitectura de ladrillo… ¿No? Aquí he aprendido a ser libre, una libertad profunda. A hacer las cosas que quieres hacer sin mirar al vecino. En España estamos siempre mirando de soslayo y si eres un poco conocido, ya ni te cuento. La libertad de respetar de verdad la diferencia la he aprendido aquí. Hasta visualmente a cada momento estás ajustándote a la diferencia. Cuando vas a España, ahora un poco menos, hay una monotonía visual en el paisaje, todos nos parecemos extraordinariamente. Curiosamente, tenemos una clase política que se ha empeñado en inventar diferencias, en tu tierra, en la mía y en todas. Recuerdo a Arzalluz que decía en un mitin: “Qué tenemos que ver nosotros con esos de Logroño”. ¿Qué vas a tener que ver con los de Logroño? Tiene que ver todo, si son la provincia de al lado. Y no es que tenga ninguna idea centralista.
¿Le ha pasado factura vivir en Nueva York? En una polémica relativamente reciente el columnista del ABC Ignacio Ruiz Quintano criticó a usted y a su mujer, Elvira Lindo, por, entre otras cosas, ir al Carnegie Hall a escuchar a Bach. También el escritor Rafael Reig, en su artículo “Cosmopolitas y cosmopaletos”, hablaba de la sabiduría humilde de Josep Pla y Miguel Delibes y la contraponía a escritores actuales como Javier Marías, Pérez-Reverte y, de nuevo, usted y su mujer.
Son cosas tan… Estoy aquí ahora mismo, estamos tomando esto, ¿y qué? Quizá los que han escrito eso están en, qué más da dónde. Es tan penoso. Realmente tengo la suerte que se me olvida a los cinco minutos. Este señor Quintano hablaba de ir al Carnegie Hall. Al Carnegie Hall va todo el mundo, donde no va todo es al Teatro Real o al Liceo porque la mitad de los asientos están pillados por políticos. Al Carnegie Hall vas por 10 dólares, van estudiantes, todo el mundo. ¿No puede vivir uno donde le dé la gana?
¿Es un deporte nacional el de criticar al que se va fuera?
Pues qué deporte más triste. Luego está la mala leche española, la ignorancia voluntaria de decir que te lo has llevado crudo en el Cervantes. Estoy aquí trabajando, dando clases y escribiendo.
Hubo otra polémica con Almudena Grandes en torno a un artículo en el que la escritora insinuaba el placer sádico que la madre Maravillas hubiera encontrado en ser agredida por un grupo de milicianos republicanos. ¿Cree que la izquierda española ha utilizado la Guerra Civil como arma arrojadiza contra la derecha y que el guerracivilismo explica parte de la pobreza intelectual, económica y de tantos otros ámbitos de la España actual?
Es todo tan penoso. Hay que ser muy preciso en eso. Yo mandé una carta a El País por una columna que esta mujer había escrito haciendo bromas del gozo que sentiría la madre Maravillas, el viejo chiste de la monja violada, aquello de “ummm, sudorosos”. Escribí una carta ofendido, bastante educada. Luego resultó además que las dos cosas sobre las que bromeaba esta mujer era una frase que no era de la madre Maravillas sino de San Juan de la Cruz y quién hablaba era el alma, pero bueno. 75 años después, las personas progresistas, es decir, para ser progresista, ¿tenemos que negar que, en primer lugar, hubo una responsabilidad repartida en el desastre del fracaso de la República? Dejando aparte que los causantes inmediatos fueron los que dieron el golpe de Estado, los que conspiraron contra el régimen. Una vez sucedido eso, ¿no podemos reconocer lo que personas que estaban entonces comprometidos con la defensa de la República reconocían y deploraban? Esa es la pregunta que yo hago. Yo no te estoy diciendo dar la razón a Pío Moa, te estoy hablando de dos cosas distintas. Si tú lees La velada en Benicarló de Manuel Azaña, escrita en 1937, ahí ves como Azaña lamenta con un dolor trágico los crímenes cometidos en la zona republicana durante la guerra. Si lees a Manuel Chaves Nogales, republicano, socialista, director de Ahora, lees su libro A sangre y fuego publicado en 1937. Arturo Barea, republicano, socialista, exiliado en Inglaterra, el tercer tomo de La forja de un rebelde, que trata del verano en Madrid en 1936. Julián Zugazagoitia, director de El Socialista… Lee las cosas que escribieron ellos, yo sólo digo eso. Segundo paso: historiadores. Yo creo que 75 años después, lo historiadores han dejado claro lo que pasó. A mí me gusta poner siempre un ejemplo: el asesinato de García Lorca y el asesinato de Muñoz Seca. Los dos son inocentes. García Lorca era un escritor extraordinario y universal, comprometido con la República, no políticamente, pero en una época de divisiones políticas muy feroces te situabas tú y te situaban tus enemigos. Él estaba situado y visto como alguien muy vinculado con la República. Federico García Lorca es asesinado en Granada y es un horror y una vergüenza. Muñoz Seca está en Barcelona porque había estrenado una de sus múltiples obras de teatro. Era un autor muy popular, muy conservador. Lo detienen en Barcelona, lo trasladan a Madrid, lo encierran en el convento de San Antón y muere en Paracuellos del Jarama. ¿Una persona decente va a hacer distinciones entre crímenes? ¿Es menos crimen matar a Muñoz Seca? Pero no sólo es la izquierda, a la derecha le pasa exactamente igual, parece que tampoco hay manera de reconocer la responsabilidad de la derecha en la conspiración contra la República y del horror de la posguerra, del horror de la dictadura. Nadie quiere reconocer y yo me pregunto por qué.
Pero quizá la izquierda sí que ha esgrimido la bandera de la República y la derecha no se ha posicionado abiertamente como defensora del franquismo.
No se posicionan como defensores, pero saltan de una manera muy curiosa. En un artículo me sumé a la idea de que el Valle de los Caídos fuera usado como un museo de la guerra y de la dictadura. Tengo un amigo que acaba de volver de Alemania del Este y me ha contado que ha visitado el museo de la Stasi. ¿Tú crees que en Alemania hay quien reconoce los crímenes del nazismo pero no los del régimen comunista? Y es un ejercicio que hay que hacer, el convertir a la República en una especie de paraíso ideal es un disparate. Ahora el negarse a reconocer abiertamente el horror del franquismo también es una responsabilidad muy grande la derecha española. Entonces, personas como yo hemos conseguido una cosa perfecta y es que te odian en ambos sentidos, es decir, a Almudena Grandes sólo la odian en un sitio, a mí en los dos. Y dejando claro que esto sólo tiene que ver con las minorías políticas, porque la inmensa mayoría de la gente en España es mucho más sensata que la clase política, que la clase intelectual y que la clase periodística; es decir, la sociedad es mucho más sana, al igual que pienso que la media de los lectores es mucho mayor que la de los críticos. Tú seleccionas a cinco lectores de una novela al azar y seguro que sus críticas son mejores que la media de lo que escriben los críticos. Es tan triste que 75 años después no podamos sentir el mismo dolor ante la gente asesinada en Granada al principio de la guerra que ante la gente asesinada en Madrid. El argumento de la izquierda es que esas víctimas ya fueron reconocidas durante el franquismo. Oiga, es que a mí lo que el franquismo reconozca me da igual, es la democracia la que tiene que reconocerlos. Y te voy a decir otra cosa, soy socialdemócrata, no soy más de derechas… No sé qué relación hay entre ser de izquierdas y no sentir dolor ante los asesinatos cometidos en nombre presuntamente de la izquierda, no sé qué relación hay. Evidentemente, hay una responsabilidad de los militares traicioneros que se sublevaron. Menos opinar y más leer los libros de Historia. Hay un libro que no me canso de recomendar de Enrique Moradiellos, que se llama 1936, y es un resumen de todo lo que ha sido probado y en lo cual hay un consenso abrumador entre los historiadores. En España estamos todos locos opinando todo el tiempo.
¿Cree que ser un intelectual socialdemócrata le sitúa en una tierra de nadie en la España actual?
Bueno, me sitúa en la tierra en la que está casi todo el mundo. En España, la mayoría de las personas aceptan la democracia como un régimen normal, están de acuerdo con que haya una educación, una sanidad públicas, un imperio de la ley y una organización democrática de la sociedad. La palabra socialdemócrata tiene de bueno que sirve igual para definirse y para insultar. Yo me defino tranquilamente con esa palabra. Ahora gente como Arcadi Espada están haciendo bromas sobre los socialdemócratas. Entonces, en alguna discusión con algún amigo, le he dicho, oye, tú también eres socialdemócrata; cuando te pones malo, ¿a que te gusta ir a un hospital público de calidad? A todas estas personas que dicen que este régimen no sirve, cabe preguntarles: ¿qué régimen queréis?
¿Se refiere al 15M?
Sí, a gente que está ahí y a gente que dice ser muy de izquierdas y que dice que lo bueno era la República. Hace tiempo escribí un artículo Notas escépticas de un republicano que publiqué en El País y decía: ¿qué derechos políticos y sociales que reconoció la República no existen ahora en España? y ¿cuántos de los derechos sociales que tenemos ahora existían en 1931? Vamos a mirar la realidad, no podemos vivir en la adolescencia permanente.
Hablando de adolescencia, ¿ha sido Zapatero una decepción?
A mí no me ha decepcionado porque nunca me ha parecido… A mí alguien que se colocó en La Moncloa me llegó a decir que era “como estar con Kennedy en Camelot” (risas). No me despertó nunca grandes ilusiones. Hay cosas que se han conseguido y que han sido importantes, pero la verdad es que no me he llevado una decepción. Ni celebré su llegada ni lamento su marcha. Tampoco me gustan los que le van a sustituir.
Dígame si está de acuerdo con esta afirmación: la generación que vivió la Transición en su juventud, su generación, se ha anquilosado en el poder, en todos los ámbitos del poder, mediante el mito de que “fueron los que consiguieron la democracia en España” y las generaciones posteriores han tenido que cargar con el pecado original de no haber sufrido la dictadura y haberlo tenido todo muy fácil.
Fíjate que en política, lo que hizo el Partido Socialista con Zapatero y la gente de la que se ha rodeado fue que su bandera era dar un paso más allá de la Transición.
Sí, pero digamos que son un tipo de persona…
Incluso, el discurso que se ha hecho dominante en España ha sido el de la crítica, digo hablando de política, dejar de creer que aquello fue la célebre bajada de pantalones y que sólo ellos, con su juventud, eran los que iban a cambiar las cosas, iban a hacer justicia a la Guerra Civil, iban a abrir las fosas y todo eso. Yo creo que hay diferencias culturales y políticas. España es un país muy oligárquico y estoy de acuerdo en parte de lo que dices. Yo estoy en una posición generacional un poco más rara porque yo era un adolescente cuando murió Franco, entonces eran como mis hermanos mayores los que hacían eso. Ahora, es verdad en el aspecto de la cultura y de la música, no quiere decir que las cosas tengan que cambiar. En el deporte por razones naturales van desapareciendo generaciones, pero en otros ámbitos, las personas siguen teniendo derecho a vivir, pero sí hay un anquilosamiento cultural, sí, es verdad, estoy de acuerdo completamente. Hay cosas que, para bien, está bien que duren. Aquí, por ejemplo, en los medios de comunicación ves gente que lleva haciendo un programa 30 años y está bien, siempre que haya oportunidades, pero en España también hay un juvenilismo, en TVE o en RNE lo que ha habido es una especie de lobotomía…
De la gente más cualificada que podía enseñar más cosas…
Claro, es que las dos cosas no tienen que ser incompatibles.
Lo que planteaba es que ese diálogo generacional dentro de cada área es más bien un conflicto.
Eso es verdad, pero por ejemplo, en literatura, todas las generaciones parecen estar rebelándose contra una literatura costumbrista que, al parecer, había antes, ¿cómo puede ser que la rebelión sea siempre la misma? Lo que falta es verdadero rigor, oportunidades, falta honradez en los que tienen posiciones visibles e importantes. La honradez de no repetirte, de aprender, de cambiar. Y faltan verdaderos debates.
¿Cree que se instalará una cierta meritocracia en España algún día?
Ojalá. Hay un malentendido terrible en la sociedad española y es creer que el mérito comprobable y el esfuerzo no cuentan. Y es que en realidad no cuentan, ¿cuenta algún mérito para ser político? No cuenta nada. Ahora se dice eso de que ésta es la generación mejor preparada. En España hay gente muy preparada, mucho mejor que cuando yo terminé mi carrera, pero hay una diferencia, hay un vacío entre los que están muy preparados y una gran cantidad de gente que no está nada preparada. Una desigualdad profunda desde que vino la democracia. ¿Una persona preparada puede llegar a ser profesor universitario? ¿Para ocupar un puesto cultural en un país de habla no española se exige hablar la lengua de ese país? Es un problema gravísimo y fantasma, porque no se habla de él.
¿Cuál es su opinión acerca del llamado movimiento del 15M?
Eso es muy amplio. Hay una mezcla de cosas muy grande. Hay una evidencia y es que España necesita un cambio radical en muchas cosas, pero también hay que saber no sólo qué queremos cambiar, sino qué tenemos que conservar; porque hay cosas que tenemos que conservar y mejorar, y perdona que insista pero es la clave de todo: la enseñanza y la sanidad públicas y mejorar el sistema judicial. Tiene que ser un cambio pragmático, hay que tomar el ejemplo del Movimiento de los Derechos Civiles de este país, no nos podemos perder en las nubes. No puedes dedicar asambleas agotadoras a inventar la rueda. Una cosa práctica, según la ley en España: todos los plenos municipales son públicos y se puede intervenir. Vamos a ir a los plenos municipales a vigilar los acuerdos. Otra cosa que he aprendido aquí es la cantidad de cosas que uno puede hacer, el modo en que la gente se responsabiliza de ámbitos de acción cívica. Los community garden de este barrio los cuidan los vecinos.
¿Cree que el Estado ha invadido espacios de libertad del ciudadano?
El ciudadano también los ha abandonado. Lo que no podemos hacer ahora es siempre estar buscando que la responsabilidad la tiene otro. Es decir, el discurso nacionalista de que la culpa de todo la tienen en Madrid o que la culpa de todo la tienen los políticos, ¿y tú?, ¿y nosotros?, ¿qué hacemos? Tenía un hijo en la plaza del Carmen en Granada y otro en la Puerta del Sol al principio del 15M y yo les decía: ¿cómo está el tema de la basura?, ¿se recoge la basura? Si se recoge me lo creo, si no, no me lo creo. Yo soy muy radical en ese sentido, estoy hasta las narices de gente que habla y lo que habla no tiene nada que ver con lo que hace.
¿Y se recogía la basura?
Sí, cosa que me alegra. La ética de la responsabilidad personal, por ahí hay que empezar.
¿Puede comentarme sus dos años al frente del Cervantes?
Era bonito intentar hacer un servicio público. Me gustó hacer y mostrar ciertas cosas de la cultura española en buenas condiciones. El tener una exposición de Julio González y que el New York Times le dedicara una página o el Réquiem de Tomás Luis de Victoria llenando la catedral de Saint Patrick’s. Pero claro, era mucho trabajo y yo soy un escritor, no puedo dedicarle mi vida entera. Un trabajo agotador y muy mal pagado.
¿Ha tenido contrapartidas también?
Sí, claro. La contrapartida es que te dicen que te has quedado con dinero, que has vivido aquí, que era un privilegio. Cualquiera que compare el sueldo de un director del Cervantes y lo que cuestan los alquileres de Nueva York…
¿Y la Real Academia?
Ahora estoy más distante porque paso más tiempo aquí. Me gustaba mucho el trabajo que se hacía. La parte de la pompa me gusta menos, pero el trabajo del diccionario me gusta mucho y haber conocido a gente muy brillante y muy excéntrica, muy libre, como Lázaro Carreter, Emilio Alarcos, Francisco Ayala, Claudio Rodríguez…
En Ardor guerrero narraba la experiencia que supuso para usted hacer la mili en el País Vasco en una época especialmente sanguinaria de ETA y desde entonces ha seguido con interés la situación política vasca. ¿Qué opina del fenómeno Bildu?
Tendrá que prevalecer el imperio de la ley. La democracia no es sólo que gobierne quien gana, sino también que se cumpla la ley.
De El invierno en Lisboa usted ha dicho que le cambió la vida, pero que se siente muy lejos de ella. Ha contado que era un funcionario municipal que escribía en sus ratos libres y “quería escribir como soñando una película o tocando una música de jazz y que el lector se dejara llevar sonámbulamente por la historia”. ¿Tienen la música o el cine alguna influencia en su prosa, la forma en la que está construida, su ritmo?
Me gusta mucho la música, me da mucha felicidad y claro, en ese momento, había que inventarlo todo. Yo no tenía experiencia de nada. Fui a Lisboa, en mitad de la novela, tres días de permiso que pillé entre Nochevieja, Año Nuevo y un día de fiesta en Granada y estuve paseando. Fíjate que con ese libro y con otros, me está pasando una cosa muy curiosa y es que pasa el tiempo y el libro se te olvida, pero lo que te reconcilia es la gente que lo lee, gente que no había nacido cuando yo escribí el libro y que me habla del libro con emoción, me reconcilia con él. Es una alegría muy grande.
En su página personal tiene una foto con Dizzy Gillespie en 1990 en Granada. “Él me hablaba y yo sonreía, pero entendía menos de la mitad”. ¿Cuál es su anécdota preferida de las grandes figuras del jazz que ha conocido?
Conocí a muchas. La que más traté fue a Dizzy Gillespie, pero lo que me gustaba de esa gente era su naturalidad. Es algo que he comprendido mejor viniendo aquí luego. Para nosotros eran como dioses y aquí están tocando en clubes normales, cosa que me parece un antídoto contra esta tontería del famoseo pop. La naturalidad y el sentido del trabajo. Me acuerdo una vez que estaba en Madrid, había visto un concierto de Johnny Griffin, un concierto extraordinario, y fui a felicitarlo y estaba el hombre allí desmontando el saxo y me dijo: “It’s my job!”. ¡Es mi trabajo! Es una ética, no sólo una estética. Esto no es una fantasía animada, éste es el trabajo que yo tengo y además de hacerlo lo mejor que puedo, también me permite volverme loco. A Dizzy le pregunté cómo se había inspirado para la banda sonora de El invierno en Lisboa, con ciudades que no había conocido y me respondió que para él, su inspiración era más bien la sensación de viajar entre ciudades, sin parar nunca. Una historia curiosa, hay una canción en mi novela, que está supuestamente compuesta por el protagonista, que se llama Lisboa y para imaginarme esa canción pensaba en otra de Paquito d’Rivera que se llama Brussels in the rain. Una vez se lo conté a Paquito y me contó que la compuso paseando una noche en Bruselas, después de saber que su padre se estaba muriendo y que el gobierno cubano no le había dado permiso para volver a La Habana a ver a su padre.
¿Cuál es su lugar preferido de jazz en Nueva York?
Hay muchos, pero uno de mis preferidos está al lado de casa, en la calle 105 y Broadway, el Smoke. Un sitio extraordinario. Hay un sitio misterioso que es el hotel Kitano, que está en la 38 y Park Ave., un hotel japonés en cuyo bar hay siempre música de jazz buenísima.
¿Nos ayuda la ficción a ser mejores personas? O, por el contrario, la ficción es un asunto juvenil que se abandona con la edad, como ha hecho el escritor norteamericano Philip Roth hace poco.
La ficción es una cosa muy seria. Yo estoy releyendo ahora La montaña mágica de Thomas Mann; es una explicación del mundo, tú puedes ser un canalla o puedes ser buena persona, no depende de lo que leas, pero la ficción tiene algo muy importante que es la posibilidad de ponerte en el lugar de otro, de hacer presente la vidas de otras personas que han existido en otras épocas o que no han existido. Te produce un consuelo, de que eso que a ti te pasa no es raro, no estás solo. Si la ficción no fuera muy importante no sería universal. No hay cultura humana que no tenga música, que no tenga ficción. Ni una sola.
Leí hace poco que no incluir a internet o los teléfonos móviles como elementos cotidianos en un relato de ficción es tan absurdo como esas novelas victorianas donde no hay sexo. ¿Qué le parece?
Toda ley sobre cómo ha de ser de antemano un texto literario es una tontería. ¿Que no hay sexo en las novelas victorianas? En una historia de ficción entran con naturalidad los elementos tecnológicos de su época, así que no hay nada de novedad en sacar ordenadores o mensajes de texto o internet en algo que sucede ahora. En el Quijote están los molinos de viento, que son una tecnología entonces recién importada de los Países Bajos, los batanes, etc, por no hablar de la imprenta. En Dickens y en Galdós hay ferrocarriles y telegramas. En un soneto de Lorca de principios de los años 30 hay una cabina de teléfono. Quien dice, como se oye decir, que la presencia de la tecnología es un rasgo singular de esta época es que ha leído poco.
Cada cierto tiempo la crítica habla de una nueva obra maestra absoluta y a la vez, regularmente, se plantea la cuestión de la muerte de la literatura (especialmente la novela, en este siglo va por el enésimo entierro) ¿Cree que puede defenderse cualquiera de estos dos extremos desde el momento presente, sin la perspectiva del tiempo?
La obra maestra tarda en saberse, es la que traspasa el tiempo, necesita del tiempo. ¿Cómo puedes saber si eso te va a gustar dentro de 20 años? La obra maestra no es algo que está ahí, sagrado, intocable, es aquello que está siendo continuamente sometido a pruebas y sale de ellas. Tú lees ahora una novela de Philip Roth, La mancha humana, que tiene ya 14 o 15 años, va teniendo un poso. Los libros tienen que durar.
¿Qué autores en inglés son sus favoritos?
Hay tantos. Roth está de capa caída, me parece, en los últimos tiempos, pero tiene novelas insuperables. Alice Munro, canadiense, me parece el mejor escritor vivo que conozco. Adoro a algunos poetas contemporáneos americanos: Charles Simic, Robert Haas, Mark Strand. Muchos más.
¿Qué opina de David Foster Wallace?
Cuando murió no lo había leído. Me he comprado The Infinite Jest (La broma infinita) y sus cuentos.
¿Y de Truman Capote?
Tenía un talento increíble y lo desperdició en parte. Pero hizo cosas maravillosas. Los cuentos de Music for Chameleons (Música para camaleones), por ejemplo.
Qué tipo de genio le gusta más, ¿el huidizo y neurótico Salinger o el público y excesivo Mailer?
No me gustan los genios, en general. Me parece que siempre hay algo de impostura por parte del autor y de papanatismo por parte de quien lo admira en exceso. Si uno vive con naturalidad no necesita esconderse, y si lleva una vida normal no tiene tiempo de dedicarse a histrionismos públicos. De Salinger lo que me gusta son, sobre todo, los Nueve cuentos, y de Mailer The Executioner’s Song (La canción del verdugo). En general, un escritor no tiene ninguna necesidad de esconderse para que lo dejen en paz. No hay tantas personas interesadas en conocerlo.
Vargas Llosa dijo justo después de recibir el Nobel que él, al principio, era un mal escritor, pero que lo apostó todo al método, el esfuerzo y las lecturas. ¿Cuáles son sus fuertes como escritor? ¿Qué es lo que más le ha costado aprender?
Yo no creo que todo dependa de la voluntad, ni mucho menos. Escribir bien implica siempre mucho trabajo, pero se puede trabajar mucho, leer mucho y no llegar a ser muy bueno por razones diversas: por el azar de no dar con los temas que son fértiles para uno o porque la falta de reconocimiento te desaliente. O simplemente porque el amor a la literatura y la vocación por escribir no garantizan que se vaya a lograr nada. Amar mucho a una mujer no garantiza que ese amor vaya a ser correspondido. ¿Mis fuertes? Quizá un sentido natural del idioma, que tiene el peligro de la facilidad. También el hecho de que me gusta mucho lo que hago, entonces le dedico muchísimo tiempo con poco esfuerzo. Creo que me gusta fijarme mucho en la gente y tengo mucha curiosidad por muchas cosas.
Cuando empezó a escribir Borges, Cortázar, Josep Pla o Juan Rulfo estaban vivos. ¿Se ha quedado vacío el panteón de la literatura? ¿Qué escritores vivos cree que gozan de ese estatus?
No suelo pensar en esos términos. El diálogo con los escritores es algo muy íntimo que no tiene mucho que ver con su presencia física. Muchos han muerto —Bellow, entre ellos— pero otros están bien vivos, y en plenitud de facultades, o casi: Roth, Modiano, la inmensa Alice Munro, etc. Y otros que no conocemos y que serán extraordinarios.
¿Qué opina de la gente que dice que Shakespeare está sobrevalorado?
Que lo lean. Que lo vean representado, a ser posible en su idioma original, o en una buena traducción y en un montaje digno.
¿Prefiere a Lope de Vega o a Quevedo?
El que me gusta es Cervantes. Lope lo trató con el desprecio del escritor de mucho éxito hacia el que parece fracasado. Y Quevedo, que tenía un dominio maravilloso de la lengua, carecía por completo de compasión hacia los seres humanos. Cervantes tiene originalidad, talento, compasión y además una ironía bastante poco española, por lo sutil.
En su última novela La noche de los tiempos, sitúa a los personajes en un hecho histórico (el inicio de la guerra civil española) pero desde una perspectiva en la que el protagonista es apenas consciente de la situación por estar solo pendiente del encuentro con su amante. ¿Usted, parafraseando a Serrat, sólo ha escrito novelas de amor?
Sí, sí, sí. El amor es muy importante para mí. Fíjate que en la literatura española las cuestiones amorosas se tratan con miedo a quedar como sentimental. En las películas españolas siempre hay un momento embarazoso y es cuando hay que echar el polvo contra una pared. Yo digo, bueno, ya ha llegado el polvo contra la pared, una cosa acrobática, pero qué hay de la gente que se enamora. No me da miedo ser sentimental, creo que la exploración de los sentimientos es algo muy importante en la vida de una persona. Gente que va buscándose por sitios sin encontrarse. El amor, el deseo, el olvido. Uno no se cansa de escribir sobre eso.
Fotografía: Pablo Mediavilla Costa