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miércoles, 1 de agosto de 2012

Los cines con telón y butacones granate



El Cine Doré de Madrid


En los aledaños de la calle Atocha proliferaban las barracas de feria y el solar donde se construiría el Salón Dore era un tanto intrincado. Formaba esquina con la calle principal, de Santa Isabel y con un pequeño callejón denominado pasaje de Doré.

El primer Cine Doré, de fábrica de ladrillo, fue inaugurado el 19 de diciembre de 1912 y su propietario fue el empresario Antonio Llovet. El gran valor de este cine estaba en su fachada que conjugaba los estilos modernista, clásico y oriental, ocupando un lugar esencial el art nouveau con sus esgrafiados de colores.

La parte más alta de la fachada estaba rematada por una balaustrada de piedra artificial y en su centro había un frontis con medallón rodeado de flores en el que resaltaba, de forma prominente, el nombre del local, Cine Doré.


En su fachada principal destacaban seis columnas jónicas y en su lateral derecho, con vuelta al pasaje, se instalaron las taquillas sobre las cuales había un gran pizarrón donde se instalaban los carteles que anunciaban las películas.


También en su interior existían rasgos típicos del modernismo como las barandillas de los pisos superiores y las escaleras retorcidas. Las columnitas que sujetaban el entramado de hierro y las lámparas que iluminaban la sala y que se habían enroscado en las columnas eran elementos fieles a este estilo.






Este cine cosechó numerosos éxitos y llegó a ser uno de los mejores de la capital. En los años treinta se le conocerá como “Cine Doré, el cine de los buenos programas”. Tras la Guerra Civil y con los locales cercanos que le hacían la competencia, comenzó a mostrar un aspecto más vulgar. Hubo un tiempo en que se le conocía como el ”Palacio de las pipas” ya que sus espectadores comían y bebían durante la proyección, convirtiéndolo en un espacio de tercera. En 1963 echó el cierre y en 1989 abrió de nuevo convertido en la sede de la Filmoteca Nacional.



Cines de Madrid.
David Miguel Sánchez Fernández. 17x24 cm. 336 págs.







Si entras en la cafetería el silencio mezclado con las conversaciones relajadas, y el tiempo te engullen y te envían a la juventud, donde los cines eran la casa prestada de los domingos y festivos. 
 Cuando entramos en la sala, nos retrotraimos en el tiempo y llegó al alma los recuerdos de infancia, de las tardes de invierno con sesión "continua"." Visite nuestro ambigú". El olor a ambientador y la oscuridad de mas de dos horas apartándonos agradablemente de los deberes escolares, del tedio del invierno, transportándonos a mundos de fantasía, época romana, o asesinatos ideados por A. Christie
Olía a nostalgia añeja, ya muy arrinconada en el recuerdo. 
Me viene a la memoria  los acomodadores con linterna
las risas y las pataletas cuando venían los "malos" y los aplausos al final de la película como si de una obra de teatro se tratase.
Cines de suelo de madera, de No-do, y de besos a oscuras en las filas mas escondidas.


El cine fue, como escrito está, la escuela de los domingos para muchos de nuestra generación. Una escuela de vida, para descubrir otra mirada, otras culturas, otras palabras, otros diálogos, otros países, y otras lenguas.    
De las sesiones mas infantiles, transitamos a otras juveniles de acción y suspense, para coincidir en el tiempo con  cine del denominado de arte y ensayo en versión original subtitulada. Nos bebimos la imagen y leímos entre fotogramas lo que intuíamos y nadie nos contaba.