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viernes, 14 de septiembre de 2012

Mis viajes en Metro


Es habitual pensar en estaciones de Metro, siniestras, oscuras, sucias e incluso peligrosas. A mi, el metro, y sus viajes me sugieren y recuerdan largas lecturas de periódicos gratuitos, de libros, de rostros de mis compañeros de viaje, o de carteles, pintadas o portadas de las personas que viajaban en mi mismo vagón. Lecturas entre estaciones, entre el día y la noche. El metro es el túnel del tiempo con la elasticidad de los minutos retardada o acelerada, como señala J. Cortazar. En el túnel del tiempo entraba y escuchaba músicos callejeros, conversaciones de teléfono a viva voz, ronquidos, niños preguntando, gentes perdidas, cansadas, aceleradas y estresadas. El metro es diferente en cada ciudad, pero mantiene su esencia de tren submarino. De descenso a otra dimensión. Entrabas de día en una realidad luminosa, en un punto del mapa, y aparecía media hora después de noche, con otra realidad, otros estado de animo. Durante el trayecto convivía en un habitáculo veloz, con gentes desconocidas, y que alimentaban mi ensoñación. Llenaban mi morral de anécdotas, palabras, idiomas y gestos. Subía a la superficie tras un baño de personas y diarias vidas. Me he perdido en sus laberintos, me he pasado de estaciones, he soñado con los nombres de las paradas y he construido historias en torno a sus significados. Por viajar en el he dejado de conocer lo que existía por encima de este submundo, pero he ganado en historias y lecturas. 



Las hermosas imágenes que acompañan al texto, pertenecen al diario El País, en su suplemento semanal  El Viajero. El metro es un tren subterráneo o no, decía un niño explicándoselo a su abuela que nos lleva a donde los pájaros: es decir a la estación del Príncipe Pío. 


Leer. Soñar. Dormir. Recordar. Hablar. Escuchar. Pensar.