Desde siempre me gustó visitar edificios abandonados.
Fotografiarlos. Imaginar y escribir que vida contuvieron.
De quienes eran. Quienes los construyeron.
Que sueños depositaron en su vida, cuando eran decorados.
Hospitales de tuberculosos en la sierra, palacetes vetustos con hermosos miradores, iglesias que se derrumban a trozos, templos con capas de polvo y carcoma, monasterios desiertos, colegios sin niños , bloques de viviendas sin inaugurar...
Verjas cerradas, cristales rotos, nidos de animales,
oscuros pasillos, libros y cuadernos abandonados,
camas desvencijadas, chimeneas sin usar.
Paisaje de la ciudad que apenas tiene valor para la mayoría.
Edificaciones que se demolerán para construir absurdos y feos apartamentos de lujo
clónicos.
Oigo a los niños correr sobre suelos de madera,
damas enjabonarse en robustas bañeras de patas.
Sueño con las pesadillas de los presos en las cárceles, ansiando su soñada libertad.
Pianos sin teclas, cajas fuertes llenas de vaya usted a saber que, colchones huérfanos del peso de los amantes, ventanas que ya no miran a ninguna parte, sillones con muelles asomando y ratones en su respaldo.
Arqueología socio-urbana.
Teatros, salones de baile, cines, granjas...todo perdido, abandonado.
Sueños que tras décadas acabaron en saco roto.
Pantallas vacías, pistas de bailes mudas de taconazos y carcajadas.